Había una vez un reino que estaba delimitado por unos gigantescos muros de piedra y en el que se vivía en completa felicidad y armonía. Nadie se cuestionaba el porqué de los muros, pues todos eran felices en aquél reino.
En una ocasión, un pájaro gigante llegó a la región y se llevó por los aires a un pequeño niño de la comarca. Entonces todos comprendieron que tras los muros había un mundo lleno de peligros y de completo infortunio. La gente hablaba de temerarios monstruos en ese mundo desconocido y la historia del niño se contaba en toda la villa, hasta que llegó a convertirse en una leyenda. Amaron más y más a aquellos muros que los defendían del amenazante mundo exterior, por lo que año con año los reforzaban y hasta embellecían.
Pasó mucho tiempo y una noche, mientras todos dormían el dulce sueño de la paz, un pájaro gigante voló hasta aquel reino trayendo de vuelta al niño que una vez había arrebatado por los aires. Ese niño se había convertido ya en un hombre adulto.
Al amanecer, corrió la noticia del regreso del niño de la leyenda. Por lo que el rey lo mandó llamar a su palacio para conocer la historia de su larga estancia fuera de los muros. Convocó a todo el pueblo y pidió al hombre que narrara todo lo sucedido. El hombre comenzó a contar detalle a detalle cada una de las aventuras que vivió desde el día en que fue arrebatado por el pájaro gigante y de las maravillosas cosas que vio más allá de los muros. Habló de paisajes hermosos, de montañas humeantes, de coloridas flores y jugosas frutas, de enigmáticos reinos donde las casas eran más altas que aquellos muros, de cómo la gente cabalgaba por los cielos sobre los pájaros gigantes, de carruajes que surcaban los mares, de velas que nunca se consumían y que daban luz toda la noche, de una función de teatro dentro de una caja de tomates con hombres diminutos, de libros que hablaban y de muchas cosas más.
En cuanto acabó su discurso el pueblo comenzó a reír. Todos se burlaban de aquel hombre y de su ficticia historia. Por lo que el rey declaró que estaba loco, tal vez se había infectado con algún mal del mundo exterior y para proteger al pueblo de un contagio decretó su confinamiento perpetuo a las mazmorras del castillo.
Años más tarde, en su lecho de muerte, el rey mandó traer al recluso a su aposento. Pidió que los dejaran solos y confesó al hombre que creía toda su historia, que sabía de qué hablaba porque una vez él había vivido fuera de los muros. El hombre, asombrado por aquella confidencia preguntó al moribundo monarca por qué entonces lo había declarado loco y recluido del resto. A lo que el rey respondió: - porque en un reino entre muros, los locos nunca llegan a reinar. Y aquí sólo puede haber un rey.