sintióse humedecida por un cause lagrimado

Su voz no hacía más que contemplarme...
como de espanto y de sudor.
Yacía casi inmóvil y llena de rabia,
y de hambre,
y de enjutas alegrías.

Miró salirme del silencio.

Su voz,
que ahora hacía entrever el polvo y la fatiga
sintióse humedecida por un cause lagrimado
y escondido, donde suelen esconderse
su limosna y sus harapos.
Su voz no había hablado con las voces navideñas
de luceros dorados,
ni había partido con las piedras
las otras piedras que le daban por pan,
ni había disfrutado de la dulce hiel
que le daban por amarga miel.

No pude encontrarle más vestido de gala

porque se había ido
sin dejarme el remedio de volverle a encontrar,
sin encomendarme siquiera su silencio,
su dulce adiós,
su único espanto.